jueves, 30 de septiembre de 2010

El día que Sheriff disparó a matar


Fue casi un renunciamiento histórico. Porque se trató de uno de los primeros forúnculos que estallaban en los contubernios del grondonismo afista. Y peor aún, lo hizo dando un portazo, como para que sus denuncias hicieran mayor ruido aún.
Un 29 de setiembre de hace doce años, Javier Castrilli estaba en su apogeo como árbitro.
Era un referente en tiempos en que sus nuevos colegas ya no usaban indumentaria toda de negro, sino que el color comenzaba a predominar.
Diez años atrás, cuando Internet comenzaba a dar sus primeros ajó, ajó, los lectores de diarios se anoticiaron a la mañana siguiente sobre los pormenores de un apriete y una posterior traición.
En definitiva, era la crónica de una despedida anunciada...

castrilli card
El tema trajo bastante cola en esos tiempos. Pese a que se trataba de un secreto a voces, nadie se había atrevido a blanquearlo.
El apodado Sheriff denunció que un grupo de referíes le había comentado sobre la bajada de línea que les había dado Jorge Romo, el titular del Colegio de Árbitros.
“Dice que tenemos que amonestar y expulsar menos, y que tengamos en cuenta el color de la camiseta, si no nos baja de categoría”, escuchó Castrilli, vía telefónica, de uno de sus discípulos, hombre de una tonada inconfundible.
Castrilli encabezó la cruzada revolucionaria. En ese afán de comportarse como un verdadero sheriff fue ampuloso, pero sus denuncias merecían ser investigadas.
La gravedad de sus dichos rodaron como una bola de nieve y tuvieron una reacción contraria. Las víctimas pasaron a ser victimarios y la mayoría de los supuestos testigos de la apretada de Romo firmaron una nota negando todo. Algo que en criollo se le llama traición.
Se dijo de todo, hasta que el personaje se lo había devorado y quería dedicarse a la política, como si eso tuviera algo de malo. Con ello contribuyó parte de la prensa que solía pegarle bastante al árbitro “porque arruinaba los espectáculos”.
Hasta el vozarrón de Grondona lo trataba de desequilibrado.
Sin más ánimos para discutir se bajaba del referato. Así de simple. Quedaba su impronta de juez que hacía cumplir la ley sin contemplación de casacas. Era reglamentarista a ultranza. Si lo sabrán aquellos jugadores a los que les hacía repetir un tiro libre hasta que la barrera ya no se adelantara. O los que pegaban de atrás.
Técnicamente podía tener defectos, pero nadie podía dudar que su honestidad hizo escuela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario